"... mira para afuera. Ve, más allá de un patio, una fachada sin duda igual a la de la casa donde se protege. Recuerda un cuento que lee con frecuencia en el que un adivino de catorce años ve el destino en las ventanas como si fueran naipes; siente, como aquel personaje, la necesidad de regalar a otro su destino mientras no le parezca extraordinario. Mejor: siente simplemente la necesidad de regalar su destino. Lo que ve en las ventanas no es suyo, la niega. ¿Por qué esa vocación por la mirada? Mirarse en otros, en espejos, en ella misma, lleva a tan poco. Regalaría, si no su destino, por lo menos sus ojos, aunque quedara desamparada. Una vez, cuando oyó hablar a un ciego, le tuvo envidia. Pensó que solo así podría hablar ella, componer su imagen: la mirarían pero ella ya no podría mirar."
Sylvia Molloy, En breve cárcel
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